domingo, 25 de octubre de 2009

LUCHANDO


Por Dmitri Prieto

“¿Qué hay, socio?” “Acá, en la lucha.” Esta es la versión resumida del 75% de los brevísimos diálogos que suelen sostener los cubanos de a pie cuando se encuentran.

“Luchar” es una de las palabras clave del discurso político cubano de los últimos 50 años. Se lucha contra el imperialismo, contra el inmovilismo, contra el derroche de energía, contra las tardanzas al trabajo y contra el ausentismo, contra el marabú, contra la burocracia. Se lucha por la revolución y por el socialismo.

Pero “luchando,” “en la luchita,” “hay que luchar” no significa exactamente eso. Es decir, no niego que quien pronuncia semejantes palabras puede perfectamente ser un convencido antiimperialista o un cortador de marabú.

“Luchar” significa en el lenguaje cotidiano buscar los medios para la subsistencia propia y familiar. Cuando una mujer dice de “su” hombre “es un luchador,” quiere decir que es un tipo que resuelve la comida de la casa, que es el sostén de la familia.

No hay restricciones de género: las mujeres también “luchan.” Incluso, en determinados casos (pero solo en determinados casos, y para ambos géneros) ese término puede incluir lo que en otros países se llama “trabajo sexual.”

Hay que tener en cuenta que usualmente el ingreso que la familia logra mediante el trabajo legal de sus miembros con las instituciones oficiales (fábricas, talleres, oficinas, cooperativas agrícolas, establecimientos comerciales…) no alcanza para la subsistencia. Claro, también existen las remesas del exterior - pero ésas las recibe sólo una minoría de cubanos. Aunque una minoría grande.

Entonces, la gente se dedican a toda una serie de actividades alternativas -desde llevarse el cemento de una microbrigada de construcción para después venderlo, hasta reparar ventiladores chinos a los que se les parte fácilmente el cuello- que son genéricamente denominadas “lucha.”

Pero también aquellos que se enrolan en varios trabajos (autorizados) al mismo tiempo. Actividades legales, extralegales, o simplemente ilegales.

Un luchador por tanto puede ser lo mismo un Vanguardia de la Producción Azucarera, que lo que en otras circunstancias se llamaría un ladrón, un traficante, un prostituto o un estafador. El uso de la palabra “lucha” no lleva implícito un juicio de valor ético, sino una realidad económico-institucional.

“Ahí, luchando” es casi un saludo, una expresión de solidaridad tanto entre los “luchadores” como entre quienes no lo son.

El poeta ruso Mayakovsky registró una expresión análoga en los EE.UU. de los años ´20: “make money,” también usada como una especie de saludo. En Cuba, la lucha también puede trascender la mera “lucha por la subsistencia” y convertirse en medio de vertiginoso ascenso social.

La retórica de los 50 (o de los 140: contando desde la primera guerra independentista en 1868) años de lucha revolucionaria se trasvasó a la cotidianidad, convirtiéndose en una constancia constante de esa dialéctica entre el tiempo en que ha lidereado a Cuba la “generación histórica” y la necesidad actual de cambios en el modelo socialista.



Río de Janeiro. Ciudad de Dios y del diablo

Por Bernardo Gutiérrez/ El País

Brasil ha logrado los Juegos Olímpicos 2016 para Río de Janeiro con una candidatura que emocionó y logró superar su principal punto débil: la inseguridad. Entramos en un infierno de 700 favelas, en un campo de batalla entre policías, paramilitares y narcotraficantes, con casi 20 asesinatos diarios.

Pobreza profunda

Mediodía. Calor abrasador. Las calles del Complexo da Maré -un conjunto de 16 favelas de Río Norte- son un amasijo de polvo, casas de ladrillo y niños descalzos. María da Silva (seudónimo) -mulata, ojeras, camiseta fucsia chillón- habla sollozando: "El otro día estuvimos en el suelo horas, el tiroteo fue pesado". En una cocina desmantelada y sucia, corretean varias ratas. Su hijo, de siete años, mete los dedos en los agujeros de balas de la pared. Juega. "En la Maré no hay paz", susurra. El Comando Vermelho disputa cada calle con el Terceiro Comando. El puntito rojo, en Nova Holanda. Muy cerca, en la favela Timbau, el verde. Las fronteras son móviles. Y los tiroteos, también. La muerte no sorprende a nadie. "Un día mataron a nueve personas, ajuste de cuentas", matiza María. Pero ella nunca denunciaría a los traficantes. Le dan gas cuando no tiene. O "golosinas para los niños". El Estado no existe. La ley es verde. O roja. Tiene nombre de comando.

El ácido escritor Rubem Fonseca anticipaba hace tres décadas en El cobrador la guerra civil que calcina la CiudadMaravillosa. El protagonista odia a los ricos. Y gritando: "Come caviar, que tu día va a llegar", asesina y se cobra las deudas que la sociedad que tiene con él.Bang, bang. Y Fátima Guedes popularizaba entonces una samba-profecía: "Once tiros y no sé por qué tantos, los tiempos no están para niñerías, la realidad no rima". Bang, bang. En el siglo XXI, la realidad, más que no rimar, desafina. Los más de 113.000 habitantes del Complexo da Maré "viven secuestrados por la pobreza y la violencia", según Raquel Willadino, del Observatorio de Favelas. El Índice de Desarrollo Humano (IDH) de la Maré es de 0,722. En Ipanema, que vio nacer a aquella "garota" de "dulce balanceo camino del mar", presumen de estadísticas nórdicas: un IDH de 0,962. En Maré, la esperanza de vida es de 66,8 años. En Ipanema, de 80. "Aquí no hay opciones de ocio, no hay empleo", explica Raquel.

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