sábado, 2 de enero de 2010

¿Si muere el papel, cómo vive el fotógrafo?

Por Carlos Spottorno

Uno de los temas que se están debatiendo últimamente en los blogs, revistas online, en charlas y conferencias, es el asunto de la difusión de la fotografía en internet. Se debate acerca de si las fotos se ven bien en pantalla, si se ven mejor en papel, si la experiencia es comparable o si las fotos deben ir acompañadas de audio y textos, de si deben presentarse montadas con criterios audiovisuales o de si basta la simple proyección de un trabajo fotográfico siguiendo las pautas heredadas de las proyecciones de diapositivas de toda la vida. Frente a este debate yo tengo algunas opiniones. No sé si puedo decirlas todas, pero por lo menos, aquellas que tengo más claras, las voy a decir muy rápidamente.

Lo primero es que creo que el medio online se adapta muy bien a cualquier trabajo de tipo documental, o como mínimo narrativo, pero funciona mucho peor a la hora de presentar trabajos concebidos como obras fotográficas en grandes formatos, donde la dimensión física de la copia tiene un significado y una razón de ser en sí misma. Es decir: puedo ver perfectamente The Ninth Floor, pero creo que me pierdo mucho si veo en una pantalla una foto de Gursky.

Creo que sí es positivo presentar un trabajo documental montado con un criterio audiovisual, es decir, con cambios de ritmo, con texto hablado, con música, con texto escrito en forma de titulares o de pies de fotos, e incluso con la introducción de vídeo. Ya sé que con esto estamos traspasando la barrera de la fotografía estrictamente hablando, pero es que me gusta. Así de sencillo. Os invito a que veáis The Trade. Este tipo de trabajo es lo que ha sustituido a los muy limitados artículos de 8 páginas y 12 fotos de cualquier dominical. Simplemente le da mil vueltas. Ningún dominical ni revista especializada podrá jamás dar tanta información y tan fácilmente digerible en sus carísimas páginas

No creo que quepa duda hoy en día, de que seguir con el esquema de filminas como cuando íbamos al colegio es simplemente aburrido y anacrónico. Algo distinto es un portfolio en una página web. Pero eso es un portfolio, no una presentación con pretensiones artísticas. Yo veo las fotos en las pantallas, maravillosamente bien. La luz de fósforo o LED que desprende una pantalla de ordenador normalmente resalta los colores, saca a relucir los detalles y además, evita que las imágenes se vean alteradas por el color de la luz que las ilumina.

Otra cosa es la experiencia. Yo sigo disfrutando más de un libro al aire libre y sin prisa, que de un ordenador enchufado en un lugar oscuro. Supongo que los ebooks en breve podrán mostrar imágenes en color, vídeo y audio. Cuando sea posible ver, a pleno sol un montaje como The Trade en un aparato que pese no más de 200 gramos y con una pantalla de unas 10 pulgadas, podremos decirle adiós para siempre a las revistas de papel. No así los libros. Los libros son objetos. Tienen, igual que las copias grandes, unas cualidades intrínsecas que no son sustituibles. por lo menos, no para alguien que como yo, ha pasado casi el ecuador de su vida acumulándolos en estanterías que son como mi barra de favoritos personal. Confío en que mi hijo hurgará en mis libros como yo hurgaba en los de mi padre. Estoy dispuesto a que encuentre cosas no aptas para su edad, porque nada de lo que puebla mis paredes es mentira ni le va a llevar a adorar el mal. Además, al lado de cada libro peligroso hay por lo menos uno que le ayudará a descodificar el anterior. No sé si me fiaría en igual medida de Google. Y dicho esto, quiero abordar lo que realmente me intriga de todo este asunto.

Muy bien, queremos poner nuestras fotos online. Queremos que las vean millones de personas. No necesitamos que ningún editor nos perdone la vida. Tenemos la sartén por el mango. Enseñamos lo que queremos. Será el público el que, con sus visitas o con su indiferencia nos de la medida de nuestro trabajo. No disfrutaremos del aval de una gran cabecera, pero tampoco nos hundiremos en el anonimato por no encontrar un hueco en ellas. Ningún diseñador nos cortará una foto. No publicarán nuestro reportaje, alterando la secuencia sin preguntar. No nos arriesgaremos a que nos pongan pies de fotos inexactos. Somos dueños de nuestro trabajo de principio a fin. Bien.

Pero la gran pregunta: ¿quién demonios nos va a pagar por nuestro trabajo? En serio, ¿cómo se sostiene una actividad tan carísima y comprometida como la fotografía documental si nadie nos paga por publicar?. Sí, algunos medios lo están intentando. La sección Lens de New York Times tiene una buena colección de reportajes, pero si pagan lo mismo que pagan por un reportaje estándar, os aseguro que a los fotógrafos no les llega para comprar un par de tarjetas de 16 gigas. Además todo ese material es autoproducido. No hay casi encargos. El periódico “premia” a los fotógrafos con la publicación en su web de los trabajos que ellos, con sus medios, han producido. Yo digo que ya está bien. Si seguimos proporcionando contenidos gratis a los medios, acabaremos con nuestra actividad. Ah, no! que ya hemos acabado con ella!

Hace no demasiado un buen reportaje a 10 páginas en un dominical español se pagaba a unos 4.000 euros. Hoy el New York Times paga unos 300 por día, gastos incluidos, a la mayoría de sus colaboradores. Además, con las publicaciones online, se rompe la territorialidad, por lo tanto no es posible, como antes, vender el mismo reportaje a varios medios de distintos países. Y está bastante claro que después de 15 años con internet gratuito, conseguir que la gente pague por ver cosas, parece utópico.

Es un poco lo que ha pasado con la música. Los músicos ya se han dado por vencidos. No cuentan ya con las ventas de Cds. Usan la red para promocionarse y luego dan conciertos. Hoy por hoy, que casi no se venden discos y las descargas de pago son minoritarias, hay más músicos que nunca. Y el circuito de conciertos es el más amplio de la historia. Hoy es bastante fácil ver a pequeños grupos haciendo giras internacionales. La red de contratación se llama Myspace. Un billete en turista y estás dando un concierto en Copenhage. Ganas 2.000 euros y al siguiente. De los derechos de autor, cada vez cae menos. Los músicos han emprendido el camino hacia la clase trabajadora total. Hasta ahora había músicos de estudio y estrellas. La idea de estrella va desvaneciéndose a medida que el mercado se globaliza y compiten en la misma arena U2 y Moriatry.

Y ¿qué pasa con los fotógrafos? ¿qué tendrán que hacer? ¿dar conferencias? ¿visitas guiadas de pago? Porque tiene que haber un equivalente al concierto en el mundo de la fotografía. Algo que sea en vivo y que añada algo de valor al trabajo ya creado. Las visitas a exposiciones comentadas por el autor son una buena aproximación, lo que pasa es que de momento no están muy bien conseguidas. Yo he asistido a alguna y hasta ahora, he salido de ellas más decepcionado por la proximidad del personaje que deslumbrado por su luz cegadora. Los fotógrafos todavía no tienen muy interiorizada la idea de que también deben dar algo de espectáculo. Da igual que nuestro trabajo sea muy enjundioso y sesudo. Tenemos que hacer que a la gente le interese. El reto es conseguir que haya gente dispuesta a pagar una entrada por vernos presentar nuestro trabajo. Tenemos que hacer que nuestra presencia frente al público sea un acontecimiento único, por el que vale la pena pagar.

No es posible seguir haciendo copias de 100 cm, saludar tímidamente y hacerse el misterioso mientras nos escondemos detrás del galerista o el editor. Hay que estrujarse un poco la cabeza para encontrar formatos de exposición que rompan de una vez los esquemas tradicionales, pero hay que hacerlo de manera que lo nuevo que resulte sea más atractivo, no más críptico. Y no, no estoy descubriendo nada. hay fotógrafos que ya se comportan un poco así.

Hace nada Stanley Greene ha publicado un libro, Black Passport en el que habla de su vida como reportero de guerra. Pero no habla casi de sus fotos. Habla de su vida, en términos de sexo, drogas y Rock & Roll. Siempre que le he visto en un festival de fotos, aparece como una estrella del rock. Vestido de estrella del rock, con groupies y a menudo con un cámara de vídeo rodándole para algun documental. Stanley Greene empezó como fotógrafo de moda y da la sensación de que está recuperando alguno de los dejes de aquella época. Por buscar un equivalente, pero antagonista, diría que James Nachtewy es com Leonard Cohen. Un Grande, silencioso y discreto. Pero con su personaje, eso sí. David Lachapelle, Martin Parr, Salgado, incluso Alec Soth. Son más que fotógrafos. Son personajes. Un momento: Robert Capa ya era un personaje pop hace 80 años. De eso va la cosa. De envolver nuestro trabajo en un papel de celofán brillante y crujiente que atraiga irresistiblemente la atención del público, de manera que su interés trascienda las fotos y quieran saber qué hay detrás de ellas.

Lo que me planteo con todo esto, es si tenemos que hacer lo mismo que los artistas del esenario: utilizar la red para difundir nuestro trabajo y propiciar los encuentros en vivo con el público, donde la experiencia sea única y memorable. ¿Llegará un día en el que un fotógrafo llene un estadio de fútbol con entradas a 40 euros? No sé si yo lo veré, pero creo que sí vamos a ver el principio de algo parecido.

Los festivales como Photoespaña, Arles, Perpignan Parisphoto ya funcionan como arena del Star System fotográfico, donde la gente va y paga por tener cerca a sus leyendas. Muchos fotógrafos organizan talleres por todo el mundo. Talleres exclusivos, caros. Talleres en los que los alumnos son un grupo mixto de aficionados y profesionales que buscan mejorar sus carreras. Los talleres hacen un poco de concierto en vivo. Y también circulan por la red. La gente paga bastante y cruza océanos por pasar 4 días con Nadav Kander en Madrid. Por ahí van los tiros, entonces.Es nuestra responsabilidad encontrar alternativas. No podemos cruzar los brazos y observar simplemente cómo se marchita esta profesión. Es tristísimo ver cómo grandes fotógrafos que hoy tienen alrededor de 60 años se encuentran en una especie de ocaso, perplejos ante la desaparición del suelo que les sostenía antaño, y sin un plan concreto con el que seguir trabajando. Los que se han introducido en el circuito de festivales y talleres están reflotando, pero hay muchos que no han entrado ahí y languidecen entre cajas de cotactos que quizás nunca se convertirán en copias.

Una vez más, llego a la conclusión de que esta crisis, que es más que económica, va a marcar grandes cambios estructurales en muchas industrias, y la nuestra, por supuesto, no va a ser una excepción. De esta no vamos a salir tal y como entramos, pero quizás eso sean buenas noticias

Fuente: http://www.elfotografico.com/author/carlos-spottorno/