sábado, 17 de abril de 2010

CUANDO EL PERIODISMO MATÓ A LOS REPORTEROS GONZO

Foto:Hunter S. Thompson

Por Abelardo Muñoz

Piensa, tronco, en una redacción de nueva planta, pongamos que un diario gratuito, con una media de veinte licenciados de los que el más viejo no pasa de las 23 primaveras. Míralos, cabizbajos y ciegos ante el parpadeo incesante de la pantalla; buscan información para cortar y pegar en el papel del día siguiente; sin mirar por la ventana (la única ventana está en inglés y es el sistema) y sin ni siquiera atreverse a tirar los tejos a la becaria de al lado, que, dicho sea de paso, está muy buena. Esos pavos, más parecen telefonistas de un centro comercial que periodistas al uso.

Información como ficción

A estos chicos ya solo les faltan los manguitos y la visera de los viejos reporteros del siglo pasado en los años 30. Vivimos tiempos en los que la información y la imaginación están reñidas, al límite. Se enseñó en las escuelas que la información no puede ser un cuento, que nada tiene que ver el periodismo y la literatura; y mira por donde, el amarillismo y la especulación se ha colado en los medios por la puerta falsa. Y ahora, ¡oh paradoja!, el futuro del oficio depende de la capacidad de hacer información con técnicas de ficción. Es decir, no solo escribir de lo que se sabe sino escribirlo bien; en plan literario, y sobre todo, atractivo para el lector de periódicos, que hoy es un humano del planeta global, cada vez mas mezclado, interracial, e informado. Es una vuelta a la uniformidad. Esas nuevas redacciones han perdido la alegría y no solo las del papel gratuito, las comerciales mas de los mismo, o peor. Como cuando la tercera extinción, asistimos no solo al calentamiento sino a la globalización de la mediocridad informativa. El culto a las medias verdades que genera sociedades hipócritas y de doble rasero. Sociedades que toleran la injusticia. Cómplices a la fuerza de la barbarie del agresivo mercado global. Bien, esos chicos y chicas están ahí. Han acabado la carrera que les ha costado un huevo y no saben a que atenerse. Como novillos salidos del chiquero, aleccionados malamente por una universidad confesional, tipo CEU San Pablo, del Opus Dei. Muchachos y muchachas que reciben una suerte de contra información, algo así como hacer periodistas para reforzar el poder de la elite dominante. Profesionales huérfanos de criterio y cortados por el mismo patrón para integrarse en un mercado de trabajo mas bien cutre. Se acabaron los tiempos de las redacciones vivas y divertidas donde el cronista mas viejo sacaba una petaca de scotch del segundo cajón para animar el cierre o de golpe, podías verte entrar en la nave del diario, en medio del estruendo delicioso de las olivetti, a una troupe circense, con oso incluido, de la mano del crítico de arte, para regocijo y alegría general. Ahora, el periodista tiende a ser abstemio y lo único que sigue inmutable, entonces y ahora, es el mísero sueldo de la profesión. Por lo demás, no me bajareis del burro, se ha perdido la alegría. Ahora, amigos, y gracias a la red de redes, escribir un artículo es como fabricar embutido. Una redacción se ha convertido en un trasunto del escenario chapliniano de Tiempos Modernos (demoledora y cachonda crítica al capitalismo, del gran Charlot). Si antaño, desde los tiempos de la invención del reporterismo aventurero y gonzo, (termino utilizado en NYC por los nuevos periodistas de los años 70 del pasado siglo) por mor de amarillo (leer la desternillante novela Scoop de Evelyn Waugh) el reto era la audacia, en el siglo XXI parece pintar todo lo contrario. El desafío es ser el mas dócil para mantener el puesto. Los imperativos depredadores del mercado capitalista crean tal inseguridad laboral que el estado mental habitual del reportero es el pánico. Y para ser dócil hay que estar enganchado a la información de Internet, que maneja fuentes desconocidas pero es más cómodo que salir a la calle y buscarse fuentes vivas. Y conviene puntualizar, con Allan Watts, que no es hostilidad antitecnológica sino exigencia de una utilización racional y al servicio del pueblo de la tecnología y el ciberespacio lo que echamos en falta, y no de los espúreos intereses de las grandes operadoras o compañías telefónicas.

Los malos de la película

Y ya que estamos con las compañías, entramos en el periodismo tabú que impone la autocensura al mundo de la imaginación y la libertad de pensamiento. Fernando Castelló, presidente de Reporteros Sin Fronteras y profesional experimentado en las batallas por decir la verdad de manera hermosa, sentencia: “jamás se debe olvidar que la libertad de expresión está limitada por la publicidad”, o sea, la mano que da de comer a los periódicos. Ignoro si en las escuelas de periodismo se advierte de eso a la peña que quiere emular al gran Leguineche y se proporciona una lista de las compañías intocables porque aportan dividendos. O los compromisos de los grupos mediáticos, sean estos progresistas o pleistocénicos, con las superempresas. Pero ni grandes superficies, ni bancos, ni consorcios, ni órganos de poder tipo diputaciones o fundaciones. Nada de tocarlas con informaciones molestas para sus intereses. Eso es periodismo tabú. De manera que ya tenemos a esa tropa alineada en una redacción sin música y silenciosa como un refectorio. Una redacción en la que el sordo rumor del tecleo de los currantes suena como una maldición. Como aquella oficina siniestra de La Codorniz (publicación humorística y único medio que se cachondeaba sin miedo de la dictadura del traidor Franco en los años 50 y 60). Pues ya tenemos el escenario propicio para un periodismo dócil y que no moleste el poder. Light como una coca desventada y aburrido cual serial radiofónico de los 50. Imaginad, peña, un mundo mediático donde los currantes son zombis cibernéticos que entran a la fábrica de artículos (podría ser de sobrasadas o morcillas) en una producción en cadena que podría ridiculizar el Chaplin en una versión de Tiempos Modernos, como quedo escrito más arriba. Con todo, lo que podríamos llamar el espíritu Bruce Chatwin o Scott Fitgerald, (escritores, periodistas y viajeros que siempre fueron por libre, sin nómina, aunque acabaron mal), la filosofía del reporterismo gonzo, que impulsaron aquellos kamikazes norteamericanos como Capote, Wolf o Mailer, no morirá. El día que el oficio de informador deje de ser un revulsivo, el periodismo habrá muerto.

Fuente: http://www.revistabostezo.com/detalle_texto.php?recordID=7

· El Periodismo Gonzo es un estilo de reporteo que plantea un acercamiento directo a la noticia, incluso, hasta el punto de influir en ella. También suele imprimir más importancia al contexto que al texto; da preponderancia al ambiente en que ocurre tal hecho, por sobre el hecho mismo. El término se usó para describir el estilo narrativo del periodista y escritor estadounidense Hunter S. Thompson, agudo observador de la decadencia del estilo de vida americana. Thompson se suicidó en febrero del 2005 a los 67 años de edad.

Nada es tan inmaterial como la realidad

Fotografías: Eliseo Gaxiola Aldama