lunes, 26 de octubre de 2009

YA QUIERO MUERTOS DEL OTRO LADO

Por Alejandro Almazán
Tijuana, Baja California.- El R15 tenía el mismo espíritu salvaje del policía municipal que los encañonó. Luego, con la voz seca de quien está acostumbrado al uso descarnado de la violencia, el agente bramó: –¿Qué, nos están grabando pa’ matarnos, cabrón? –gritó y nos arrebató el celular con coraje. Los filmábamos con el celular porque era una locura que nos pidieran 80 dólares para soltarnos por un delito que no existe en código penal alguno: cargar una botella de whisky, sin abrir. Pero el otro municipal, con una mirada cargada de desprecio y una pose de quien alquila un rifle en la feria para acribillar patos de plomo, irrumpió como bala: –Si quisiéramos, ahorita mismo les reventábamos la cabeza, pinches putos. Ninguno de los dos policías bromeaba.
La mañana de ese sábado 26 de septiembre, el teniente coronel Julián Leyzaola Pérez, responsable de la seguridad pública en Tijuana, había dicho a la prensa: “Todos los agentes tienen la orden de tirar a matar”. El permiso para matar es la respuesta de Leyzaola a la declaración de guerra de Teodoro García Simentel, a quien llaman El Teo, un rencor vivo que se ha convertido en el narcotraficante más buscado de Tijuana.
El Teo dio hace días el banderazo para arrancar la cuarta ola de atentados contra los policías municipales. No es que éstos sean unos héroes o incorruptibles. No. Lo que ocurre es que Leyzaola, un militar obstinado en depurar los cuerpos policiales, se la ha pasado corriendo o enviando a prisión a los agentes corruptos; y éstos, para salvar el pellejo, decidieron abstenerse temporalmente de ayudar al Teo a secuestrar, asesinar o quebrar destinos. Y el narco, cabreado, está cosiendo a balazos a los municipales.
Todo eso, claro, lo supimos en el transcurso del día, antes del arresto. Porque a eso respondía el viaje a Tijuana: saber por qué, en nueve meses, El Teo ha ordenado matar a 40 policías. Eso sin contar los 105 que, en total, han muerto desde que el gobernador José Guadalupe Osuna asumió el cargo en 2007.
El operativo se desplegó con máximo rigor. En el Seven Eleven de la Revolución y la calle Nueve, seis municipales llegaron con sus R15 apuntando hasta a los fantasmas. Uno se paró en la entrada; otro, como si tuviera ojos en todas partes, apuntó hacia donde permanecía una niña que compraba galletas (por cierto, se puso a llorar); tres más se dispersaron sobre la banqueta, y el último, un tipo que se creía Rambo, se surtió de comida rica en azúcares y carbohidratos. Nada
de qué alarmarse: el comandante había ido a comprar al pequeño super.
Aunque aquello parecía más una ridícula escena de las películas de los hermanos Almada, no dejaba de asustar. Y cómo no: apenas el viernes 18 de septiembre, Javier Viruete, entonces delegado de la Policía Municipal en la zona Playas, llegó a eso de las 10 y media de la noche a un
Oxxo. Llevaba escolta porque sabía que los sicarios de El Teo estaban enojados con él.
Viruete compraba comida chatarra cuando aparecieron dos camionetas. Y empezó el rafagueo. Arturo Flores fue el primer agente que murió: lo agarraron por la espalda. A Napoleón García se le atascó el R15 y lo acribillaron de frente. Marcos Kuk quedó en medio de los matones. No se la perdonaron. Después de que los gatilleros acabaron con su dotación de balas, huyeron sin que nadie los siguiera.
Viruete salió vivo para contarla.
Así que estar en un Seven Eleven con seis policías municipales era estar en el lugar equivocado. Quizá esa fue la causa de que todos los clientes huyeran como si hubiese llegado la peste.
Al final, quien estaría en el sitio equivocado, a la hora equivocada, sería el policía Carlos Chapot. Conducía una Voyager sobre la avenida Lázaro Cárdenas cuando se le emparejó una Liberty blanca. Ahí lo abrasaron a tiros. Los sicarios dejaron 58 casquillos percutidos de unos cuernos de chivo que, según la procuraduría, fueron ya usados para matar a otros cuatro municipales en abril pasado, también en un Oxxo. Los pistoleros todavía se tomaron su tiempo y, con delectación, dejaron sobre el cadáver una de esas cartulinas que funcionan como una especie de boletines de prensa del narco: “Esto les va a pasar a todos los que se le acoplen al bravo de Leyzaola”.
El policía que se sentía Rambo tarda en dejarse convencer para dar la entrevista. En el estacionamiento de un hotel, y escudriñando siempre a su alrededor, el agente suelta su perorata didáctica: Sí, es cierto lo que se anda hablando.
Un sicario al que le dicen El Choche y un ex placa (policía), el Salvador Peralta, son los que nos andan invitando a jalar con el CAF (cártel de los Arellano Félix). Y como nos hemos negado, se han soltado cabrón las balaceras. Por eso andamos en convoys. Ya andar solitos es ponernos la cruz en la frente. Y pos ni que estuviéramos locos y pendejos para no dejarnos acompañar.
Esta es la cuarta vez que El Teo se pone a matar placas. Todo se soltó por ahí del 15 de septiembre, cuando mataron a unos compañeros en Playas. O quizá antes, por el 23 de agosto, cuando por las radios, quién sabe quién, nos puso narcorridos y anduvo diciendo que esto iba a ser el matadero, que el jefe Leyzaola iba a valer madre.
Tú no eres de aquí, así que igual ni sabes, pero ese día, el 23, los guachos arrestaron al Cabezón (Moisés Ruiz); ese cabrón es compadre de El Muletas (Raydel López, brazo ejecutor del Teo), del Gordo (Juan Rey Chan) y del Chore (Alejandro Ochoa). Los guachos le encontraron un lanzagranadas.
Cuando le preguntaron que pa’ qué quería esa chingadera, El Cabezón dijo que era pa’ matar al jefe Leyzaola. Todo eso salió en los periódicos: el bato dijo que hasta habían traído a unos güeyes bien pesados del DF o quién sabe de dónde, pa torcer al jefe Leyzaola en sus oficinas. Por eso, la Secretaría ya no está en la calle Ocho. Ni madres. Nos cambiamos al búnker, allá en la zona Río, al ladito de TV Azteca. Ahí hay que llevar a los malandros. Eso nos lo ordenó el jefe Leyzaola. Nos dijo desde la semana pasada: “Traerlos o no, verificar si son responsables o no, no es decisión de los agentes, todos deben traerlos aquí, conmigo”. O sea: no tenemos opción más que llevar a los putos. Ah, porque si no los llevamos, el jefe Leyzaola se emputa y te mira con sospechas, te arraiga y te va de la chingada: después del arraigo, te corre y ni liquidación te da. Es cabrón el jefe.
La bronca es que todos esos placas se meten al narco. Porque de algo tienen que comer, ¿qué no? ¿O de dónde sacan pa’ darle de comer a sus hijos, a sus esposas, a las amantes y hasta para los vicios?
Así, al chile, en la municipal no hay pura blanca paloma. Desde hace años se ha trabajado con los Arellano. Unos le entraron a los secuestros, otros a los levantones, otros andaban dándole killer a los propios municipales, otros cuidaban las narcotienditas. Era un desmadre. Por eso todos querían ser municipales, porque te iba bien. Imagínate: 500 dólares cada quincena. La pura party, bato. Entonces, en diciembre de 2008, llegó el jefe Leyzaola. Y ya ves cómo son los guachos: cuadrados, mamones y dizque patriotas. Nos puso mandos militares y poco a poco la raza fue renunciando. Muchos se fueron de la policía porque ya no pudieron hacer sus raterías. Otros se quedaron porque salirse en ese momento era delatarte tú mismo. A otros los han matado. Otros están en la cárcel. Bien cabrón. Hay otros, como nosotros, que no estamos metidos en nada, nomás queremos hacer nuestro trabajo, pero la neta ya no queremos estar en la municipal. El pedo es que si renunciamos, nos toman de sospechosos y nos arraigan. Por eso le seguimos.
No me veas con esa cara de pendejo, bato. Te estoy diciendo la verdad. Si nos cuidamos es porque los sicarios ya están agarrando parejo. Ora ya no es cierto eso de que los placas que están matando estaban bien metidos. La gente cree que orita nomás hay dos caminos que llegan al mismo punto: si te detienen o te corren, estabas en el jale; si eres asesinado, estabas en el jale.
Otro de los policías, apoltronado en el asiento del copiloto, toma la palabra cuando termina su sopa Maruchan de camarón. Dice: En la municipal es poca la gente de fiar. El jueves (10 de septiembre) quisieron chingarse a un compañero, al David Pérez. Quienes lo atacaron sabían que acostumbraba usar el chaleco de su cantón al trabajo, sabían a qué hora entraba y hasta dónde vivía, aunque él había puesto otra dirección. Ahí lo torcieron, cuando iba saliendo del cantón.
Le dieron como cinco tiros. Le destruyeron toda la cara. Así llegó al ISSSTE. Lo alivianaron, pero dicen que no puede hablar, que se quedó mudo. Corre el rumor de que al David lo amenazaron porque detuvo a dos globleros de cristal. Otros dicen que El Chore le había pedido información y
David le dio la vuelta. Lo que sí es cierto es que fueron placas los que le dispararon. Gente de nosotros. Por eso te digo que es poca la gente de fiar.
Un tercer policía se anima a participar en la conversación. Todavía con los dedos rojizos por las frituras con chile que ha devorado, cuenta: Estamos solos en esta putiza con El Teo y sus matones.
La estatal, la AFI y el ejército se hacen los tontos. En algunas balaceras algunos de ellos han estado cerca y se van. O están metidos o tienen miedo. Y uno, mientras, rifándosela. Mi morra me dice todos los días: “Ya no vayas, nomás los están matando, ¿qué no piensas en tus hijos?”.
Y le digo que sí, que por eso salgo a trabajar, porque yo no quiero que mis chavales crezcan entre la lacra.
Luego retoma la palabra el que parecía Rambo: ¿Sabes qué es el pedo? Que de todos los placas muertos nomás se ha detenido a seis batos. Y no creas que fue porque se investigó. No. Fue por cosas del destino. Por ejemplo: al Águila (Carlos Meza) y al Papis (Alfonso Félix) nadie los buscó. Ellos solitos cayeron en Playas cuando iban hechos la madre en su carro. Traían una pistola y un celular donde grabaron a la chica Telcel (la edecán Adriana Ruiz) torturada y muerta. Confesaron que eran gente del Teo y que andaban rafagueando a policías. Lo mismo pasó con el bato ese del Cano (Ernesto López). También iba vuelto madre. A ese lo agarraron los Afis. Y también soltó la lengua. Dijo que mataba placas y robaba muertitos del forense porque eran de la clica. Al Fabiruchis (Fabián Esquivas) y al Goyo (Gregorio Díaz) los apañó la estatal porque llevaban el estéreo a todo volumen y se pasaron un alto. Venían bien armados los güeyes. ¿Está cabrón, no?
Antes de irse, por la mítica avenida Revolución, el amante de las Maruchan soltó un certero apunte: “Abusado con los placas del otro turno, los de la noche, a ésos ni se te ocurra querer entrevistarlos, ésos andan nomás chingando al turista para sacarle dinero”.
Tuvo voz de profeta.

El Teo, el hombre que según las autoridades de Tijuana está asesinado a policías, es descrito así por sus amigos de Explosión Norteña, el grupo que le compuso su corrido: “Trae la sangre caliente, tiene apalabrado al Diablo y lo cuida la Santa Muerte”.
Por los textos que ha publicado el semanario Zeta, se sabe que Teodoro García entró al cártel de los Arellano Félix gracias a su hermano Marco Antonio, alias El Cris. Éste fue implacable en el trabajo: enemigo que agarraba, enemigo que la pasaba mal. Muy mal: lo desintegraban en ácido.
Pero El Cris fue arrestado y enviado al penal de máxima seguridad de La Palma. Los jefes del cártel revisaron experiencias y escogieron al sustituto, a uno que bien podría haber sido reclutado en el infierno: El Teo. Hoy, este sinaloense secuestra, roba, trafica y mata.
Las autoridades saben que El Teo se quedó con el narcomenudeo de Tijuana, mientras que Francisco Sánchez Arellano, sobrino de Benjamín y Ramón, se afianzó en el paso de la droga a Estados Unidos. A ese arreglo se llegó después de que en abril de 2008 un encontronazo armado dejara más de 20 muertos. El Teo huyó de Tijuana, se refugió en Sinaloa, hizo una alianza con los capos de allá y volvió a Tijuana a cuidar su negocio: el tráfico casero. En diciembre de ese mismo
año, cuando Leyzaola ya era secretario de Seguridad Municipal, puso en marcha la primera ola de asesinatos contra los agentes de la municipal.
Aunque suene increíble, El Teo no tenía ninguna acusación en Tijuana. Apenas a fines de septiembre la procuraduría local le fincó cargos de secuestro y asesinato, sobre todo por las muertes de policías y de la edecán Adriana Ruiz, a quien destazaron.
Dicen que El Teo no le perdona a Leyzaola que haya capturado a su brazo derecho: Filiberto Parra, mejor conocido como La Perra. Dicen que El Teo está encabronado. Dicen que el teniente coronel
Leyzaola también.

Leyzaola es uno de esos tipos cuyo currículum dice que la policía es lo suyo, lo mismo que las amenazas en su contra y la matadera de policías a su mando.
Lo experimentó hace cuatro años como director de una Policía Estatal Preventiva en la que el narco estaba metido hasta la cocina.
Los decomisos de más de 20 millones de dosis de droga (equivalentes a unos 400 millones de pesos en el mercado negro), las casi 10 mil detenciones de narcomenudistas y los arrestos de sicarios de los Arellano Félix le valieron al teniente coronel más de 10 policías muertos, un par de atentados y todo un racimo de amenazas.
En octubre de 2006 el nuevo secretario de Seguridad Pública del estado, Víctor de la Garza, le dijo a Leyzaola que quería enfriar la plaza y le pidió la renuncia.
Después de un par de años en Chiapas, regresó a Tijuana y se hizo jefe de la Policía Municipal.
Cuando asumió el cargo en diciembre de 2008, le preguntaron:
–¿Teme a las amenazas?
–Ya me acostumbré a que me pongan precio.
La cosa es que lo paguen. Ellos quieren deshacerme de mí y yo de ellos, así que estamos parejos.
Las últimas declaraciones del teniente coronel, sin embargo, no hablan de una paridad:
–Yo ya quiero muertos del otro lado, así que tiren a matar.
Y no es todo. Leyzaola ha dicho más:
–Nos han abandonado. Somos los únicos que estamos dando la batalla. Los mugrosos de la AFI, la Policía Federal y de todas las demás corporaciones por lo menos se deberían dedicar a hacer algo de lo que les toca.

Durante casi una hora los municipales se pusieron a cazar turistas y borrachos de quinta. No hubo un solo detenido al que no le pidieran la cuota de 40 dólares por agente.
–¿No que con Leyzaola todo había cambiado? –preguntó Alonso, un poeta tijuanense junto al cual fuimos arrestados.
–¡Cállate, pendejo! ¿Tú qué vas a saber?
Ese guacho nomás vino a chingar todo, estábamos bien sin él –arrojó el agente con cierto desprecio.
Era obvio que aquellos dos municipales no pertenecían a esa policía por la que el teniente coronel suele dar la cara.
Eso quedó más que comprobado cuando, al llegar a la comandancia de la Zona Norte, se nos acusó ante el juez de beber en la vía pública, de insultar a la autoridad y manguerear.
Manguerear es un verbo que sólo existe en Tijuana: se utiliza cuando alguien alardea, a menudo sin sustento, de conocer a narcos, y les advierte a los municipales que amanecerán muertos y sin cabeza.
El juez les creyó a los policías y ordenó un encierro de 12 horas.
Una colega tijuanense, Said Betanzos, ha solicitado a la dirección de Comunicación Social de la Secretaría de Seguridad Pública de Tijuana el parte informativo sobre la detención.
Le dijeron que como se trató de una cuestión informativa, no había antecedente del caso en los archivos.
Imposible, entonces, saber los nombres del juez y de aquellos dos municipales.

La celda, como sacada de una película de Luis Buñuel, poco a poco se fue llenando de turistas nacionales, de adictos a la piedra y de indigentes desdentados. Gustavo, un joven que llegó de Veracruz para visitar a sus tíos, contó que a él lo habían detenido afuera del bar El Turístico, en la Plaza Santa Cecilia de la Zona Norte. “Me vieron briago y me treparon; me pidieron 40 dólares por policía; los mandé a la chingada”.
A Andrés, un ingeniero de Mexicali que había viajado dos horas para ver el concierto de La Maldita Vecindad ese sábado, lo arrestaron afuera del Sanborns de la Revolución, dizque porque se veía sospechoso. También le pidieron dinero. Quiso darles 200 pesos, pero los municipales le dijeron que eso era una grosería, que juntara otro tanto, No tenía más.
El oficial que de vez en cuando nos vigilaba, y de cuyo nombre no debemos acordarnos, contó algunas cosas:
–Muchos compañeros andan viendo de dónde sacar dinero. Como orita no le están jalando con el narco, los turistas son su única entrada.
–Pero si no les damos dinero ¿por qué nos detienen? Nomás pierden tiempo.
–Pos es lo que yo digo. La bronca es que están muy maleados, chingan porque sí. La verdad la municipal está muy mal; se los digo porque yo trabajo aquí. No creo que el teniente (Leyzaola) la limpie al cien. Hay mucha rata.
–¿Se enteró de que Genaro García Luna, el de Seguridad Pública Federal, quiere que desaparezcan las policías municipales y crear sólo 32 policías estatales?
–No, ¿cuándo lo dijo?
–La semana pasada, en su comparecencia en la Cámara de Diputados. ¿Cómo ve?
–No, pos ta’cabrón. Mucha raza se iría a trabajar con el narco.
–Ahorita ya trabajan y, además, tienen placa.
–Sí, pero al menos aquí los ves, los ubicas. Ya metidos en la maña ¿cómo los apañas?
–Las autoridades federales dicen que la plataforma de la impunidad en México está en las policías municipales. ¿La de Tijuana siempre ha sido así, corrupta?
-Yo creo que sí. Yo entré con (Luis Javier) Algorri, y había que salir a robar para cubrir las cuotas que nos imponían los jefes. No estoy diciendo nada nuevo. El teniente Leyzaola lo ha dicho a la prensa. Todos saben que cuando Jorge Hank era el alcalde, la policía era la podredumbre, la mierda.
-¿Y aún lo es?
-Sí. Por eso no creo que el jefe (Leyzaola) la limpie. Hay mucha maldad, la peor calaña. Acá decimos que al jefe lo van a terminar renunciando. Están muy calientes las cosas. Dicen que la matadera de policías va a ser su tumba, que todos lo van a dejar solo.
Posdata
Salimos de la comandancia cuando había amanecido. Camino al hotel, un noticiario radial informó que el agente municipal Juan José Ayala no había librado la muerte. Unos sicarios lo balearon en un punto de revisión. Días después, el miércoles 30 de septiembre, seis agentes serían atacados por otros matones. A tres de ellos sólo quedó enterrarlos. A dos les reconstruyeron manos y pies. Y al último aún no le sacaban la bala incrustada en el cráneo; ya lo daban por muerto. El viernes
2 de octubre, el gobernador Guadalupe Osuna pedía auxilio a Genaro García Luna, pero pasaban las horas y parecía que el teniente coronel Leyzaola seguía solo, rodeado de policías asustados, buenos para extorsionar a los turistas.

1 comentario:

trolael dijo...

excelente crónica!!