Un artículo de Jose Ángel González
El mundo es un lugar más amplio y benigno gracias a Massimo Sbreni. Su forma de ver a los otros tiene la entereza moral de las obras limpias y sin dobleces, aquellas que no pretenden alcanzar el cielo sino contenerlo.
Retrata con nobleza y honestidad, sin artificios ni fáciles dramatismos, encontrando la conexión con sus personajes con una sencillez de la que deberían tomar nota los seudo documentalistas del teleobjetivo y el hasta nunca.
Jamás olvidaré la limpieza de su acercamiento a la India: la muchacha alocada de espaldas al mar, el niño en el cubo de plástico, la ventanilla-mundo de uno de esos trenes en los que, estoy seguro, también yo viajaré…
No hay ‘ave de paso, cañonazo’ ni gota de cinismo en la prédica fotográfica de una buena persona que, como añadido -y sólo como añadido-, es un gran reportero.
Pero hoy me interesan las más recientes piezas de Massimo, exprimidas de todo artificio, algo brutas en su elementalidad, algo beatíficas en su intención. La foto de arriba, Luca Soul, nace con unas copas de buen vino y, en consecuencia, con una frase demasiado atrevida pronunciada por el fotógrafo en la santidad de la borrachera: “soy capaz de ver tu alma a través de una lente”.
El retratado, Luca, de quien apenas entrevemos una oreja, la piel en sombras de una mínima parte de la cara y el hilo dorado de la mirada, es reflectante: podría ser cualquiera de nosotros. Massimo es el más incapaz de los fotógrafos cuando se trata de buscar la invisibilidad. Su cruce de miradas no admite ruptura.
La mirada de Francesco es de otra calidad: está en medio de un rostro carcomido por la sal de la tierra, pertenece a un mundo sin refugio.La foto, tirada con una digital compacta, no sigue el dictado de praxis, denuncia, acción, sino el humanismo cristiano: todos merecemos la dignidad y la justicia de ser quienes somos.
Me gusta el procesado, desmedido como el personaje requiere, y la distancia focal forzada, que me recuerda aquel conmovedor retrato de la joven Diane Arbus, la misma que afirmaba con exceso de altanería que era capaz de “ver el suicidio en la mirada de los otros” cuando era su propia mirada-suicida la que mostraba a la cámara de su marido.
The Big Three es tan salvaje que podría haberla firmado Michael Ormerod, aquel glorioso foto-motero que se mató en 1991 de la mejor manera posible: en una moto en Arizona, con la carretera y la mente abiertas ante los ojos, con ambas, mirada e intuición, enfrentadas a lo ilimitado.
Es una fotografía tomada en Kunming (China) hace dos años. Responde a la propensión dialéctica tan presente –vaya usted a saber por qué– en los reporteros italianos. Llevado a territorio taoísta, este empuje sería el de los opuestos, impulso y freno.
Massimo sintió que dos corrientes contradictorias fluían, la “mala energía en el corazón de las sombras” y el “pacífico descanso” del árbol. “Desde mi posición veía a todas las personas idénticas, pero la presencia del árbol equilibraba el conjunto y me hizo ser optimista”.
La relación entre sujeto y objeto es siempre tan clara, tan pura, que en todo territorio del mundo que haya pisado Massimo uno está seguro de que ha dejado amigos. No hay en su obra una sola mirada torva, un sólo atisbo de desconfianza.
No concibo mayor recompensa.
Fuente: http://www.elfotografico.com/2010/01/massimo-sbreni-limpio/
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