Historias del más acá
Carlos Puig
En mayo de 2007, diez periodistas de Estados Unidos participaron en México en una conferencia patrocinada por el Instituto de Justicia y Periodismo de la Escuela Annenberg de la Universidad del sur de California. Se reunieron con funcionarios, académicos, partidos, y viajaron a Michoacán.
En una de las sesiones, Rafael Giménez, el director de opinión pública de Los Pinos y hace muchos años encuestador cercano al PAN y Felipe Calderón, presentó las encuestas que en todo 2006 había hecho el equipo de campaña y transición del ya presidente en materia de seguridad pública.
El encuestador de la Presidencia mostró datos en que la mayor preocupación de los mexicanos tenía ver con la inseguridad pública, pero insistió en una gráfica que revelaba que, abrumadoramente, lo que ocupaba las mentes de las madres de familia mexicanas era la presencia de droga cerca de sus hijos, en las escuelas donde estudian, en los parques donde juegan.
Para que la droga no llegue a tus hijos se convirtió entonces en el lema de una administración que decidió cambiar el paradigma de la lucha contra el narcotráfico y que ha hecho de muchas zonas del país el escenario de un gran operativo miltar policiaco con las consecuencias de todos conocidas.
Percepción, sin embargo, que no es realidad. La más reciente Encuesta Nacional de Adicciones, hecha pública más de un año después de haberse levantado, dice que las madres de familia mexicanas estaban preocupadas de más si las drogas estaban cerca de sus hijos, no si las estaban consumiendo.
México no ha pasado de ser un país de trasiego a uno de consumo. Los incrementos en los indicadores de adicción, pequeños en términos absolutos, aún nos ponen detrás de países similares y sin tráfico hacia Estados Unidos. Éste es el primer argumento del libro El narco: la guerra fallida, de Jorge G. Castañeda y Rubén Aguilar que, refutando los argumentos esgrimidos por el gobierno para sostener su guerra contra el narcotráfico, concluye que “la razón primordial de la declaración de guerra del 11 de diciembre de 2006 fue política: lograr la legitimación supuestamente perdida en las urnas y los plantones, a través de la guerra en los plantíos, las calles y las carreteras, ahora poblados por mexicanos uniformados”.
El libro, como lo advierten sus autores, no es una investigación en sentido estricto, aunque no le faltan datos, ni un folletín de propaganda. Es un alegato en forma de ensayo; el primero, me parece, que estructura, amplía y documenta algunas de las críticas que en los últimos meses han comenzado a circular de manera más bien fragmentada alrededor de la política pública más importante de la administración calderonista.
El ex canciller y ex vocero de la administración pasada concentran su alegato en cuatro narrativas del gobierno federal para justificar el enorme costo en dinero, en vidas y en derechos humanos que ha conllevado la política calderonista e intencionalmente no entran en otras discusiones adyacentes a la guerra fallida, como los militares en las calles, el fuero de guerra o el problema de violaciones a los derechos humanos.
Ni somos un país de consumo, dicen los autores, ni la violencia es mayor que hace unos años, al contrario, es menor como lo dicen los propios datos del gobierno, ni la penetración del narco en las estructuras policiacas y políticas ha cambiado en las últimas dos décadas, ni el tráfico de armas desde Estados Unidos es nuevo, y al contrario de lo que sucede en México, en el país vecino, la lucha contra las drogas ha cambiado radicalmente en los últimos años, y la mariguana, por ejemplo, es un estimulante legal en buena parte de aquel país, mientras aquí se dan de tiros soldados y productores.
En este espacio hemos narrado la molestia acumulada de un sector del Ejército que, fiel a su jefe supremo, no encuentra apoyos que le aseguren un marco legal que lo proteja de las acciones de seguridad pública que viene desarrollando hace unos años.
Lo que comenzó hace meses como un susurro se ha convertido en protesta abierta de los partidos de la oposición a una estrategia a la que no encuentran ni pies ni cabeza, como se demostró en la más reciente comparecencia en San Lázaro de Genaro García Luna. Y como bien lo señalan los autores de La guerra fallida, en Estados Unidos, más allá de palabras bonitas, en los hechos no están dispuestos a hacer nada que disminuya ni la demanda por drogas ni el tráfico de armas de norte a sur.
Desde que Calderón tomó posesión, las encuestas de Rafael Giménez, como otras, han mostrado la eficacia de la estrategia: la popularidad del Presidente se sostiene en la guerra iniciada en diciembre de 2006. En los hechos no hay menor tráfico, ni menor violencia, ni menos corrupción, ni menor ocupación del crimen de los espacios del Estado.
Hay números en una encuesta de percepción. Nada más. Lo mismo que había antes de aquel diciembre.
Fuente: http:www.milenio.com
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