Por Raúl Trejo Delarbre. Los golpes de mano eran recursos de otros tiempos, del que hasta hace poco creíamos que era otro régimen. Cuando el presidente Felipe Calderón dispone la extinción de la Compañía de Luz, se equivoca en la forma y en el fondo. Lo hace en fin de semana, al amparo de la noche y cuando la sociedad estaba interesada en otros asuntos, en una acción que recuerda la represión de semana santa que emprendió Adolfo López Mateos contra los trabajadores ferrocarrileros en 1959.
El presidente Calderón quiere terminar con el Sindicato Mexicano de Electricistas, en una acción drástica y autoritaria como la que en enero de 1989 dispuso Carlos Salinas de Gortari contra el cacicazgo que había en el sindicato de los petroleros. Aquella, sin embargo, era una decisión de Estado para desplazar a un líder abusivo pero no tuvo el propósito de aniquilar al sindicato de Pemex. Al patriarcado de “La Quina”, Salinas no lo consideraba una amenaza para la industria petrolera. Y el gobierno en aquel tiempo no confundió los problemas de la empresa con los atropellos del sindicato.
La decisión que amparado en la nocturnidad y con un amenazante despliegue de fuerza pública emprendió Calderón en las últimas horas del sábado, parte de un prejuicio ideológico en torno al cual su gobierno ha articulado una vistosa colección de engañifas. A Calderón, a juzgar por su actuación, le parece que los sindicatos son prescindibles para el desarrollo de la sociedad e incluso considera que son un estorbo para el crecimiento de la economía.
Con esas anteojeras ideológicas, hizo del SME un adversario a modo. Las equivocaciones que cometió la dirección del sindicato, resultado tanto de la soberbia como del afán abusivo, el gobierno las convirtió en pretexto para liquidar la Compañía de Luz.
No hay evidencias sólidas de que las insuficiencias en esa empresa sean del todo atribuibles al sindicato. Los problemas de esa empresa existen desde antes de la nacionalización de 1960, cuando la generación de energía eléctrica en el Valle de México se desarrollaba de manera dispar en comparación con la producción y conducción del fluido eléctrico en el resto del país. La integración racional, ordenada y planificada de toda la industria eléctrica del país, era una exigencia de los trabajadores de vocación democrática y fue intencionalmente demorada para impedir la existencia de un solo sindicato, que reuniera a los trabajadores del SME y a los electricistas del SUTERM, resultado de la fusión de 1972.
La Compañía de Luz le ha costado demasiado al país, es cierto. Anoche el presidente Calderón, en su mensaje en cadena nacional, se entusiasmaba comparando ese costo con el subsidio que reciben varias instituciones y programas sociales. Al país le interesa tener una empresa eléctrica eficiente y confiable. Pero los obstáculos para ello no radican tanto en el sindicato, como en indecisiones e insuficiencias en la política energética del gobierno federal.
Si el SME ha tenido prestaciones que pueden resultar formidables, o si sus trabajadores son demasiados en comparación con los que hubiera requerido la empresa, no se debe solamente a excesos de esa organización gremial. Los contratos colectivos sus suscritos por ambas partes y en este caso una de ellas atendía, en las revisiones bianuales, a decisiones tomadas por el gobierno federal.
El gobierno nunca propuso, al menos de manera pública, un plan para que el sindicato y la empresa asumieran rutinas y medidas que hicieran más eficientes el desempeño de la Compañía de Luz. Mucho menos ha presentado a la sociedad mexicana su proyecto para unificar de una vez por todas a la industria eléctrica nacionalizada. Ante el desplante autoritario de este fin de semana, los temores por una privatización no son ocurrencias gratuitas.
Calderón insiste en que, ante la crisis internacional, es momento de unificar esfuerzos. Anoche habló de unidad de los mexicanos. Pero ¿cómo se puede construir la unidad a partir del despido, así sea con indemnizaciones presuntamente atractivas, de millares de trabajadores?
¿Qué cohesión pretende el gobierno cuando propicia la desaparición del SME sin advertir que los sindicatos han sido puntales en la organización de la sociedad mexicana?
¿Qué confianza puede suscitar la convocatoria a la unidad de un gobierno que con el pretexto de la eficiencia trata de aplastar a un sindicato combativo y deja pasar una y otra vez las arbitrariedades de dirigentes como la que domina en el sindicato de los profesores y a la que Calderón ha considerado aliada suya?
Las anteriores, por supuesto, no son preguntas porque están apuntaladas en las certezas que suscita el golpe de mano contra el SME. La decisión del presidente para liquidar a la Compañía de Luz y al sindicato es resultado de un diagnóstico inexperto, así como de reduccionistas prejuicios ideológicos que campean en el gobierno.
Publicado en eje central
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