Los buenos fotógrafos a veces son poetas. Es sabido, o dicen, que cuando se meten a deshilar la indescifrable esencia del ser humano o se vuelven locos o caminan llenos de dulce melancolía o corren por los laberintos del entrecruzamiento de la sensualidad, la claridad, el rigor y la imagen poética. Los que no se vuelven locos o melancólicos son viajantes en y de laberintos. Son antisimbólicos. Invariablemente proyectan sus deseos. Son vigilantes sosegados. Siempre dan el paso a las figuraciones que se desvanecen para emerger en la extrañeza del pensamiento (EGA).
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