Historias de Oriente y sus reclusos
Crónicas urbanas
Humberto Ríos Navarrete/Milenio
Por allá, a pocos pasos, algunos trasiegan. Los susurros salen de boca en boca y cruzan pasillos. Hoy es día de taller literario, donde plumas de presidio bosquejan relatos. En este espacio también celebran concursos, cuyos protagonistas son ellos, enjundiosos, moduladores de voces en obras de teatro, declamadores, ejecutantes de monólogos e intérpretes de cantos variados. Aquí corean y bailan raperos contestatarios y cumbancheros que excitan a la raza enjaulada.
Y cada quien su historia.
El ojo capta a esa mancha pajiza —lentos cardúmenes—, enfundada en cuerpos musculosos y esmirriados, igual que este hombre enclenque, solitario, que asegura haber trabajado con uno de los mejores fotógrafos mexicanos, cuyas películas han obtenido premios internacionales.
El individuo exhala rencor y engarza su historia. La sintetiza. Dice que durante 20 años acarició su venganza. No niega lo que hizo antes de que lo trajeran a este penal, un día de junio de 2000, acusado de “privación ilegal de la libertad”.
—¿Fue un secuestro?
Suspira.
—No, fue privación ilegal de la libertad.
—¿Y qué fue lo que hizo?
—Este cabrón violó a mi hermana cuando ella tenía 12, pero esperé 20 años para vengarme. Yo lo iba a matar, pero nada más lo torturé tres días. Con golpes.
—¿Sólo golpes?
—También le puse colaloca en los dedos —describe y clava la mirada en los peldaños de la entrada al “auditorio de la institución”, como se le conoce, y parece que por su memoria pasaran imágenes del desagravio.
No niega su rencor.
Lo reitera y lo extiende.
Dice que a partir del surgimiento de organismos civiles que luchan contra la impunidad y la delincuencia, su proceso ha sido trastocado, ya que la sentencia, de 15 años y nueve meses, está en revisión.
—¿Y por qué se lanza contra esos organismos?
—Deberían ser “los ricos unidos contra la delincuencia”—dice, parafraseando a la organización que preside la maestra Ana Franco.
—¿Y quién violó a su hermana?
—Un tipo con influencia en la policía federal.
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El reportero, fotógrafo, dramaturgo y escritor sonorense Carlos Sánchez, con una vasta obra que incluye antologías de relatos, concluye un taller de creación literaria, impartido durante una semana en la biblioteca del Reclusorio Preventivo Varonil Oriente. Lo patrocinó la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
Los talleristas acaban de entregar su tarea. Uno de ellos analiza el libro Linderos alucinados, de Carlos Sánchez, quien lee el relato “Dónde estás corazón”, del que se elige un fragmento:
“Vuelvo al barrio y la muerte de la doña me revive la tranza que se aventó la Juanita, aquella chula de la que siempre estuve prendido. Clarito recuerdo su desliz por los callejones, con ese contoneo en su caminata, con las camisas de franela a cuadros, los dickies aguados, los convers blancos y ese collar con la imagen de nuestra señora de Guadalupe. ‘Esta es la que me cuida’, decía la Juanita, mientras besaba la medalla cuyo óxido tapaba el ojo derecho del rostro de la virgen”.
Los alumnos depositan en manos de Sánchez sus manuscritos. Uno de éstos, titulado La Cuquis, cuyo autor es Sinué Edgar Rafful Echauri, empieza así:
“La Cuquis era la pareja del Pelotas, alta y delgada, más que delgada seca, pues fumaba piedra a la par que nosotros, e imagínense cómo estaba de loca para andar con el Grande. Su artegio era el fardo, también nos acompañaba al asalto, el problema era que en medio del asalto empezaba a delirar y había que salirse de cuete antes de que se pusiera peor, pero su principal alucín era la celotipia. Tenía un hijo del Grande, el cual la familia de éste había regalado a una familia cristiana por el bien del bebé. La Cuquis nuevamente estaba embarazada y así andaba en la loquera, fumaba piedra como desquiciada, se veía cotorrístima con su pancita.
“Ya en un estado bastante grave y presa de una compulsión terrible por seguir consumiendo, pasó lo inevitable: se acabó la droga. El Beto, como siempre acostumbrado a utilizar a La Cuquis, le dijo haz el paro, tiéndete por unos gramos, te damos pal taxi, porque nosotros no podemos cinearnos, estamos bien quemados y aparte bien paniquiados… Se le descompuso el rostro y enmudeció… Y a regañadientes tomó el dinero y salió, la tienda de perico estaba como a media hora ida y vuelta, pero curiosamente regresó como a los 15 minutos. ¿Dónde están escondidas las viejas, hijos de su puta madre, dónde las tienen?
En ese momento supe que otra vez eran sus delirios de celotipia y fue directo a la cocina por un cebollero gigantesco, lucía como una mujer caníbal.”
***
Desde afuera se escucha la voz cantante del grupo tropical Lobos: “Un saludo especial para las damitas que forman el jurado”. Un declamador recita El matricida; después, dos raperos corean: “Sólo estamos atrapados físicamente, pero somos libres mentalmente”. El dueto MPC —gorras grises, pañuelos al cuello, pantalones cortos y playera blanca— entonan: “Mi corazón late-late y no pide rescate”.
Frente a la puerta del auditorio, los visitantes se despiden del presidiario que enfrenta un proceso por privación ilegal de la libertad, quien ofrece acompañarlos hasta el límite de sus posibilidades.
“Cuídense —aconseja—, porque la calle es peor que la cárcel. A mí ya me pasó lo peor y no hay nada que me espante en este lugar”.
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